Pese a ser una de las artistas populares más reconocidas de la Argentina, todavía hay muchos misterios y datos desconocidos sobre la vida de Miriam Alejandra Bianchi Scioli.
“Trato de ser la misma. La diferencia que hay entre Shyll, como me dicen en casa, y Gilda, la cantante, son los metros que nos separan del público y la obligación de tener que estar bien a pesar de todo”, describió la artista. No sentía presión al subir al escenario. La transformación aparecía de forma mágica. Inexplicable.
“Cuando se encienden las luces y anuncian llegó que Gilda, hay algo en mí que se transforma y que no tiene nada que ver con mi voluntad. Ni con querer estar bien. Es algo que surge y que facilita las cosas”, agregó la cantante sobre ese “don” natural que tenía.
Cómo murió Gilda
Gilda –Miriam Alejandra Bianchi Scioli su nombre verdadero- murió trágicamente el 7 de septiembre de 1996, a sus 34 años. Ese día su luz como cantante se apagó, pero nació el mito, la milagrosa, la artista. Todo pasó en la ruta 12, en Villa Paranacito, cuando viajaba a Chajarí, Entre Ríos, para dar un show.
Un camión chocó a la combi que llevaba a la cantante junto a su gente. Murieron otras seis personas, entre quienes estaban su madre y su hija mayor. “Recuérdame en cada momento porque estaré contigo. No pienses que voy a dejarte porque estarás conmigo. Me llevo tu sonrisa tibia, tu mirada errante, desde ahora en adelante vivirás dentro de mi”.
La vida de Gilda, un corazón valiente
Nació en el barrio porteño de Villa Devoto. Hija mayor de Omar Eduardo Bianchi, empleado público, e Isabel Scioli. Tenía un hermano cinco años menor también llamado Omar. En sus primeros años vivieron todos en la casa de su abuela. Una casa, tipo chorizo, con un patio grande que se transformó en su lugar favorito. Allí, la pequeña Myriam Alejandra soñaba con ser una estrella.
Tenía un baúl donde guardaba ropa que eran perfectas para imitar a las cantantes del momento. Siempre tuvo una veta artística. Su padre le armó un micrófono con un palo y se lo pintó de dorado. Para ella alcanzó para crear un mundo fantástico.
“La escuela primaria la hice en un colegio de monjas hasta sexto grado. Nos mudamos a Villa Lugano por el trabajo de mi papá. Nos enseñaron que si nos portábamos bien íbamos al cielo y si nos portábamos mal con el diablo. Fue mi drama existencial hasta que aprendí a creer mucho en Dios y en Jesús sin atribuirle demasiada fuerza a las instituciones”, recordó en una entrevista. De aquel patio de su casa, Alejandra encontró su nuevo lugar: el escenario del colegio donde participaba en muchas fiestas, organizando obras de teatro, por supuesto, con mucha música. “Fue una etapa muy feliz”, siempre resaltó.
La muerte puso punto final a su carrera. El destino quiso que sea en ese momento, en pleno crecimiento. Gilda se convirtió en referente logrando una conexión muy fuerte con su público. “Entre el cielo y la tierra”, un disco póstumo, con un tema como “No es mi despedida”, que apareció en un casete luego del accidente, con una letra premonitoria, acrecentó la mística alrededor de su figura: “Quisiera no decir adiós, pero debo marcharme. No llores, por favor no llores porque vas a matarme. No pienses que voy a dejarte, no es mi despedida. Una pausa en nuestra vida. Un silencio entre tu y yo”.